No hay consuelo sin techo: el precio de la vivienda y la muerte del trabajo social.

  Eslogan del movimiento "V de vivienda", allá por 2007. Si tenemos un trabajo social limitado a la lógica del empleo, cuando tener un salario no garantiza el acceso a los bienes básicos, ni siquiera a la vivienda, mucho del trabajo social pierde su sentido.   El mercado laboral como límite del trabajo social. Tenemos un modelo de trabajo social caduco que es heredero del marco definido hace más de 50 años por “Estado del bienestar” ( welfare state ) y que, pese a los profundos y estructurales cambios sociales, sigue siendo predominante en la intervención social, tanto desde la institución pública como desde los agentes privados del famoso “tercer sector”. El estado de bienestar reconoce y afianza el papel central de la economía productiva como elemento organizador del sistema y asume la jerarquía del mercado laboral y del empleo en la regulación de las relaciones sociales, y también a la hora definir los mecanismos de distribución de la riqueza. Es el “mundo del tra

Proyecto Desigualdad


Enfada la superficialidad con que los medios se han hecho eco del rule del relator de la ONU Philip Alston, parece como que nos hayan descubierto las vergüenzas y que la política del disimulo y del enmascaramiento, aún con la complicidad del poder, no siempre funciona…

Torrente de excusas, que si la crisis, que si las políticas, que si su mirada era tendenciosa, y todavía más enfado cuando este testimonio contundente y objetivo se quiere utilizar como bendición de las propuestas del nuevo Gobierno. Más maquillaje.

Dice @AlstonUNSR “las tasas de pobreza son una opción política”, no, son LA opción política.

Es importante ver que la desigualdad no es una falla de sistema sino su motor. El proyecto de progreso, o de crecimiento que se impuso en España desde los años 70 y que se aceleró a partir de los ochenta, tenía como base fundacional y como elemento imprescindible la connivencia constante con la precariedad, la pobreza y el malestar.

Simplemente con el hecho de vincular casi la totalidad de las ayudas sociales (que emergen de derechos naturales, además de constitucionales) al empleo, partiendo de un sistema económico con más de un 15% de desempleo estructural, que llega a índices mucho mayores en determinados sectores y colectivos, condena gran cantidad de gente a una situación de pobreza y exclusión.

Si la única manera de salir de pobre es encontrar un empleo, y el mercado laboral del estado español, en relación a Europa, se caracteriza por minimizar los costes de producción gracias a la diferencia de salarios y la precariedad intrínseca al sistema, salir de pobre es una quimera, y ponen mucha mala baba aquellos que lo describen desde un discurso posibilista.

Y en el marco de esa mentira,-el pleno empleo como ilusión y el paro estructural como elemento vertebrador de la dinámica económica y del enriquecimiento de las élites-, aparece un trabajo social subordinado a esta lógica, tan funcional al sistema como inefectivo para mejorar la vida de la gente, que con el vestido elegante del “Estado del Bienestar” no tiene capacidad de emanciparse de la lógica del empleo, y lo único que consigue es crear un nuevo sector postindustrial que trabaja con la pobreza como materia prima en procesos de transformación (itinerarios de inserción) caducos desde el inicio, y con un final tan efímero como esa promesa de pleno empleo con la que nos desayunamos cada vez que un político supuestamente de izquierdas abre la boca.

Y seguimos ahí, después de más de 40 años nos sorprende que aquello que hemos cultivado con ahínco esté consolidado, estructurado y siga cumpliendo su función social de manera tan eficiente, y es que cuando no ha sido la ley de extranjería, ha sido la reforma laboral, y cuando no la represión con su reluciente ley mordaza, y en momentos más duros la heroína y las cárceles, porque la pobreza amable da menos dinero que la pobreza soliviantada, y en todo momento no se han escatimado esfuerzos para aumentar el número de personas en situación de exclusión, y más conforme la industria de la pobreza ha optimizado procedimientos, y se ha consolidado como un tercer sector motor también de la economía.

Así que, sin querer ser escépticos, para acabar con la desigualdad, primero se ha de querer no fabricarla, no rentabilizarla, y no definirla en relación al privilegio. Habrá que exiliar de nuestros modelos de progreso los trenes de alta velocidad y los edificios molones de las ciudades, y mirar a la gente a la cara, aunque a veces tengamos que bajar la cabeza, cuando tomemos conciencia de que todo nuestro bienestar es un efecto colateral de la injusticia social.

Y mientras tanto, arremangarse en el día a día, porque ni la complacencia, ni la crítica política radical justifica mirar para otro lado y no corresponsabilizarse con el malestar de unas y otras. 

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